Este dibujo me recuerda a un ángel con botas del que me habló, en una lejana y triste tarde de invierno en Buenos Aires, el padre de mi padre. Ese ángel (que ya no existe) vivió cinco o seis años en el jardín de mi abuela, entre las dos higueras grandes. Nunca lo vi. Nunca escuché sus pasos o su respiración o sus ronquidos a la medianoche. Ni siquiera pude ver su sombra o el destello de sus ojos al atardecer. Y mi abuelo (que yo recuerde) nunca más me habló de él.
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Este dibujo me recuerda a un ángel con botas del que me habló, en una lejana y triste tarde de invierno en Buenos Aires, el padre de mi padre. Ese ángel (que ya no existe) vivió cinco o seis años en el jardín de mi abuela, entre las dos higueras grandes. Nunca lo vi. Nunca escuché sus pasos o su respiración o sus ronquidos a la medianoche. Ni siquiera pude ver su sombra o el destello de sus ojos al atardecer. Y mi abuelo (que yo recuerde) nunca más me habló de él.
Saludos.
la felicidad de dibujar
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