viernes, 21 de mayo de 2010

La orilla inalterable

Advertí a mi corazón,
una vez más,
sobre la trampa de caminar profundidades.
Le hablé largamente
para que arroje al lirismo en medio de los lobos,
para que lance a ciegas el grillete envenenado,
el sorbo con cicuta,
el moho blanco de las vibraciones.

Estos sentimientos como ovejas
-que se apretujan cuando intuyen la tormenta-
se niegan a cruzar
la orilla inalterable.

Le mostré a mi corazón
los colores alegres de la ligereza,
el movimiento sensual de la sonrisa vacía
el cuerpo inocuo de la pena.

Y sin embargo,
de un tirón,
me sentó nuevamente en el silencio.

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